El Madrid, sin golpe de pedal desde que el Mundial empezó a ser distracción, es único ganando cuando todos anuncian su derrota. Sólo los ganadores entienden una derrota; así es, el primer paso para ganar es saber extraer todo lo bueno que tiene perder. Aquello, lo de ese día, no fue un meneo; de hecho, los blancos tiraron más a puerta que el Barça. Fue más lo de aquella noche en Vallecas; únicamente, se trataba de defender.
Trinchera. Salir a mandar no fue el plan, tampoco jugar en campo contrario para dejarle metros y más metros a los velocistas rojiblancos. Nacho para cerrar como central – el canterano nunca juega mal – y Valverde más Asensio para frenar las embestidas de Yuri. Por dentro, Militao y Camavinga. Uno por detrás, el otro por delante con una misión, barrerlo todo, cumplida. Blindaje blanco.
Todos a una. Ancelotti movió el once siguiendo el hilo de la segunda parte contra el Villarreal. La energía de los nuevos en el núcleo central sirvió para crecer en fortaleza y mentalidad; incluso, cuando el Athletic decidió ir al uno contra uno, pudo verse un Madrid sin las piernas quebradas. No vuelan, simplemente el amanecer blanco muestra un «universal» Camavinga y un Ceballos de otra dimensión. Con ellos, Nacho para corregir cualquier error de los otros.
Ayer parecía perdido. Difuso. Hoy, universal. Camavinga dio una exhibición de como dominar todo el ancho del campo siendo uno sólo. Y todo ello con un riesgo máximo ya que como pivote no conviene ser desmedido porque se corre el riesgo de perder el carril central. Camavinga pudo con todo y con todos. Y no le faltó ayuda; la razón, el equipo se juntó para defender y, también, para tocar aunque el grito del francés, aquí juego yo, no pudo ser contestado. Él fue el epicentro. Universal.